martes, 10 de abril de 2012

Camino de ida

El camino de ida hacia lo desconocido era largo y estaba plagado de flores. El camino se escarpaba por momentos y el polvo rechinaba entre los dientes. Se aferró a las riendas y forzó la mandíbula en un sueño irreal. Durante un momento fue un forajido, un tipo malo que huía con el botín y cabalgaba hacia el horizonte en busca de alguna ciudad sin ley. El caballo relinchaba en el galope, escupía una espesa saliva de velocidad y apretaba el paso cada vez que sentía las espuelas clavadas en el costado. Un bravo semental color gris oscuro regalo de su padre cuando el viento había cantado melodías de satisfacción. Dejó escapar una lágrima y la pequeña gota se esfumó con el viento. Recordó aquellas duras palabras: "No podemos permitirnos ya esta vida. Tenemos que venderlo todo". "¿El caballo también?" había preguntado él. No recordaba palabras, tan sólo una leve afirmación con la cabeza, una pataleta, una huída, una reivindicación ante la injusticia. Los trece años aportaban inocencia, ignorancia y egoísmo. El caballo era su amigo, galopar era su vida. Recorrió el prado, cruzó el valle y vadeó el río. Paró cuando el sol se escondió tras la montaña y se arropó entre la hierba con una manta para seguir llorando entre sueños. Cuando despertó el sol quemaba sus ojos y las voces repicaban en sus oídos. Le encontraron junto al caballo, como siempre. Le obligaron a volver y le dejaron llorar hasta que no le quedaron lágrimas. Cuando regresó a la realidad se dio cuenta de que hay sueños que merece la pena mantener despiertos. Años después regresó a su lugar y volvió a comprar un caballo. Galopó hasta el valle y vadeó el río, pero esta vez no se paró a dormir sobre la hierba. Caminó despacio en el camino de vuelta y supo entonces que sólamente había una vez en la vida para iniciar un camino de ida y su oportunidad ya se la había robado el tiempo.

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