domingo, 3 de julio de 2011

Malos deseos

Nunca fui de desearle el mal a nadie, nunca fui amigo de los malos designios, siempre creí en la bondad de las personas, me fie de la capacidad de interpretación de cada uno y di margen de mejora a los que creí como equivocados. La esquirla que clavó mi conciencia en el lado oscuro flotaba en el aire el día que viajaba con mi coche y el termómetro interior marcaba cuarenta y dos grados. No éramos muchos los que tomamos el penúltimos desvío y tan solo dos los que cogimos la comarcal camino a la montaña. En los arcenes, el pasto seco se acumulaba como la invitación a una tea y en mi memoria palpitaba el último cartel luminoso de la autopista; "Precaución, riesgo de incendio". Fue entonces cuando vi aparecer aquella mano por la ventanilla, anillo dorado en el anular, vello oscuro sobre las muñecas y un cigarrillo humeante entre el índice y el corazón. A cada lado, los primeros pinos del bosque comenzaban a dibujar un paisaje verde y ocre que contrastaba en la mirada. Escondió la mano durante dos segundos y el halo de humo que escapó desde la ventanilla me hizo suponer que había dado una calada. Aminoró el paso y yo me situé tras él, esperando un acelerón o el fin de aquel cambio de rasante para poder adelantarle. Puso el cigarrillo, a medio terminar, sobre el pulgar y con la uña del índice hizo palanca para impulsarlo hacia la cuneta. Frené en seco, él desapareció sobre el horizonte y yo me apresuré a buscar el conato. Pisotée la colilla color bermellón y pataleé los arbustos secos para evitar que prendiesen. Regresé al coche e intenté alcanzarle; no lo hice, pero dejé atrás los principios y cerrando los ojos hice fuerzas para desear que aquel mal nacido ardiese en el infierno.

1 comentario:

lili dijo...

Por indeseables como ese, que haberlos hay, se han quemado muchisimas hectáreas de bosque en nuestro país!!!! malnacidos