martes, 7 de junio de 2011

Una caja de bombones

Uno de los pequeños diablos pendía de su mano boca abajo; sujetaba firmemente su tobillo y le enseñaba el fondo de un bidón de ácido casero donde ya yacían los cuerpos descompuestos de sus dos amigos. El viejo cascarrabias había terminado de perder la paciencia y los tres habían caído en la trampa del zulo bajo los maderos del porche. Solamente había tenido que tirar de una cuerda para que los tableros se desprendiesen y cayesen en la red. Atraparlos había sido más fácil, unas gotas de cloroformo, un par de nudos en los tobillos y a esperar a que despertasen para verles padecer en el patio trasero.

Despertó entre sudores. Como todos los años en el día de sus peores recuerdos, había engullido los veinticuatro bombones de licor de la caja del supermercado. Era un homenaje a su esposa, fallecida después de un atracón similar. Los sueños, cada vez, eran más reales. Pensó en ello cuando sintió, una vez más, los pasos de los tres pequeños demonios pululando por el jardín. Llegarían al porche, llamarían al timbre y le dejarían un regalo junto a la puerta. Una vez fue un excremento, otra vez un gato muerto y la última una foto de su esposa hecha trizas que le habían robado de la chaqueta en un descuido.

Esperó el timbrazo e hizo inventario. Ya tenía preparado el ácido y había comprado un buen frasco de cloroformo en el mercado negro. Si se daba prisa con los tableros del porche, probablemente tendría preparada la trampa para la próxima ocasión.

1 comentario:

lili dijo...

Joe que historia!! pero nos dejas a media, ¿finalmente lo hizo? espero que no, sería un final muy malo.
Cuenta cuenta