miércoles, 4 de mayo de 2011

El cambio

Todo cambio requiere un periodo de adaptación, toda adaptación requiere tiempo, todo tiempo requiere paz. Andrés cambió, no se adaptó y nunca encontró la paz. El nuevo instituto era un lugar para niños de papá, melancólicos de la normalidad, jugaban a ser el más fuerte en los patios de recreo. Con dieciséis años pilotaban motocicletas de pequeña cilindrada, fumaban marihuana en los baños y se acostaban con las chicas que se arremangaban la falda.

Un día, Andrés quiso ser un mas y se encontró con un puñetazo en el ojo. No volvió a acercarse al grupo. Aislado como estaba comenzaron a llamarle el raro, el marginado o el solitario. Ninguno de esos apodos ayudaron en su adaptación al medio. Aprendió a gritar en silencio, a llorar sin lágrimas y a esperar su momento.

Su momento llegó el día de fin de curso. Vació la mochila de libros y los cambió por algunas armas del arsenal de su padre. Se llevó dos collejas al cruzar la puerta de entrada y enseguida supo que serían las últimas. "Hay qué luchar hasta el final", le hubiese dicho su padre, en plan marcial, con los pies juntos y la mano saludando sobre la frente. Aquellos entrenamientos en el campo de tiro del cuartel le iban a servir de algo.

El primer disparo causó confusión y un muerto. El resto causaron pánico y media docena de cadáveres más. Luchó hasta el final. Gastó la munición y dejó de gritar en silencio para hacerle saber al mundo que él no era un tipo raro si no un héroe en busca de su lugar en el mundo.

1 comentario:

lili dijo...

Joer Pablo que historia más fuerte, pero lamentablemente ocurre en la realidad. No a la marginación y menos aún al uso de armas!! NO A LA VIOLENCIA