¿Qué podemos esperar?
Hace 5 meses
Palabras y pequeñas historias
Todavía algunas veces huele a sangre. Todavía puedo
sentir la presencia de Tobías sobre mi regazo; sus pies de bailarín, su nariz
escudriñadora, su espalda contra mi pecho. Mi abuelo siempre mataba un cabrito
en vísperas de pascua y aquel año dijeron que no había podido ir al corral del
tío Luis a por uno. La crisis, trataban de explicar mis padres mientras lamían
una cuchara pringada en miel. Nos sentamos a la mesa y sirvieron las chuletas.
Mi madre me dijo que era ternera, pero a mí me seguía sabiendo al mismo
cabritillo de todos los años. "Tonterías tuyas", dijeron. Apuraron el
vino y me mandaron a la cama. "He cenado bien", pensé y mientras
cogía el sueño me acordé del cordero Tobías. Hacía un par de días que no le
veía revolver la paja del corral.
Cojeando, me esforcé por alcanzar la fila de niños
que regresaban del recreo. Todo había sucedido tan rápido que aún me dolía más
el orgullo que mis propios pies. Atrás habían quedado una apuesta y un puñado
de cardos desparramados por el suelo. Quise hacerme el valiente y reté con mis
palabras al chico más alto de la clase; "quien aguante más tiempo
caminando descalzo sobre los cardos se queda con la chica". Ella había
aceptado con la mirada y yo no pude aceptar las leyes del dolor. Ni siquiera
pude recordar que llevaba todo el curso queriendo besarla. Me retiré y mientras
el dolor me impedía volver a calzarme los zapatos nuevos, las lágrimas no me
impidieron ver como él se quedaba con la chica y yo me quedaba con mi cara de
tonto.
Me doy cuenta de que ya echo de menos a mi ex mujer
y a mis hijas. Me doy cuenta de que no soy más que un vagabundo en busca de una
gloria inexistente. Me doy cuenta de que no soy el centro del universo. Me doy
cuenta de que mi arrepentimiento es más poderoso que mi soberbia. Me doy cuenta
de que nunca debí aceptar esta puñetera oferta de trabajo. Me he dado cuenta,
por fin, de que el dinero no hace la felicidad.