lunes, 14 de diciembre de 2009

El reino casto

A Durbina le gustaba abrirse de piernas más de lo que para una bella y educada dama era recomendable. Hacía el amor a escondidas porque el rey había prohibido el coito pecaminoso como medida de castidad ante el pecado mortal del deseo carnal.

Cosas curiosas lo de este rey. Le gustaba matar infieles como quien cascaba nueces a la hora de la merienda, pero sin embargo, la simple mención de un torso desnudo le provocaba tal escándalo que era capaz de castrar hombres, ablacionar mujeres o incluso cortar cabezas de hijos bastardos.

Cosas curiosas. Durbina era la hija del rey y se había acostado con más de la mitad de los vasallos del reino. Ellos temían por su aparato viril pero ninguno podía resistirse a los encantos de la princesa cuando, vestido en el suelo y cuerpo desnudo al aire, ofrecía sus placeres a cambio de nada.

Se conspiró contra el rey y Durbina encabezó la revuelta. Deponer a propio padre le supuso poder, libertad y, sobre todo, autoridad sobre todos los caballeros, vasallos y obreros del reino. Colgó un cartel y espero desnuda sobre su cama. Las mujeres se quedaron sin maridos, las fulanas perdieron a sus amantes y las prometidas se quedaron compuestas y sin altar. Todos estaban obligados a copular con la princesa.

Como hay ocasiones en los que la enfermedad es mucho mejor que el remedio, las hembras se revelaron en armas y decapitaron a la princesa para volver a establecer los plenos poderes del antiguo rey. Practicar el coito volvió a estar prohibido pero todos estaban más felices que nunca. En secreto, seguían follando como conejos y en público ponían cara de escandalizado cada vez que se enteraban de quien incumplía el voto de castidad. A veces, un cabrón puede ser mejor remedio que una hijaputa.

No hay comentarios: