viernes, 23 de enero de 2009

Negocios

Tokio le recibió con un cielo color ocre y un pegajoso calor. Anduvo durante la terminal mascando un palillo y buscando su maleta mientras ideaba como llevar a buen puerto su último encargo. El tráfico, pintado en multicolor, se encargó de distraer sus planes. En cada edificio imaginó su destino y cada ciudadano caminaba con la mirada perdida en su propia misión.

Consiguió llegar al despacho del señor Hiruzi después de cinco minutos de ascensor. Tras el enorme ventanal podía distinguirse gran parte de la ciudad, una metrópoli bañada de luz y acero. Estrechó su mano con firmeza y en el primer guiño supo que se lo había metido en el bolsillo.
- Encantado señor Hiruzi. Me envía el señor Hanson.

No iba a resultar fácil cerrar aquel trabajo, el señor Hiruzi era un tipo avispado, de grandes ambiciones y que había escalado a la cima del negocio gracias a su perspicacia y buen trato con los cargos del gobierno. Por ello le habían encargo a él la misión de cerrar el trato. Le invitó a cenar en el mejor restaurante de la zona y le puso al día de la situación económica. Como ninguno de los dos querían perder mucho más tiempo, acordaron tomarse una última copa en la habitación del hotel donde había reservado su estancia y plasmar, en un último garabato, el acuerdo que ligaría el imperio tecnológico nipón a nuevas actividades en el exterior.

En el espejo frente a la cama pudo contemplar el reflejo del rostro del señor Hiruzi mientras se servía una segunda copa de whisky. La sonrisa complacida indicaba una ambición sin límites y su mirada confiada delataba que se había creído todas las mentiras. Se observó a si mismo mientras armaba el silenciador de la pistola y, cuando comprobó como el vaso resbalaba de las manos de su huésped, no pudo evitar un cierto sentimiento de malestar.
- Lo siento. -susurró con la mirada hundida en el vacío.

Disparó dos veces apuntando hacia la cabeza y le observó mientras expiraba, incrédulo, ahogando su sorpresa en su propia sangre. Desmontó el arma y recogió los restos de su equipaje. Cerró la puerta con cuidado y buscó el aire de la calle para compartir su primera bocanada de alivio. Pulsó un par de teclas y se acercó el teléfono hacia la oreja.
- Trabajo cumplido.

Guardó el teléfono en el interior de la chaqueta y extrajo un nuevo palillo que apretó entre sus dientes. Mascándolo con cuidado se adentró en la noche de Tokio y dejó que sus pasos le perdiesen en el horizonte buscando un sentido para su siguiente negocio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya ves,q engañados nos tenía, un hombre de negocios=asesino, se cepilló al chino.
Besotes