jueves, 15 de enero de 2009

Entre los barrotes

El sonido de sus pasos le recordaba bastante al taconeo que aquella noche casi le había conducido a la muerte. Caminaba con la frente alta mientras jugaba con una moneda entre los dedos y apuraba, en hondas caladas, un cigarrillo sin filtro. Cuando le vio, recordó el instante en el que la luna había iluminado la ventana del antiguo caserón y el cañón de una escopeta había asomado entre los barrotes. Durante todos aquellos años le había resultado imposible olvidar el desprecio con el que había recibido su furtiva visita nocturna; "Fuera de aquí, muerto de hambre. Toma este duro a ver si eres lo suficiente hombre como para tomarte un vaso de ginebra y olvidarte de mi familia". Al mirarle a los ojos, pudo rememorar la humillación y el miedo, recordó los segundos que había permanecido esperando bajo el alféizar y como él había apretado el gatillo para hacerle caer al suelo hundido en un charco de sangre.

Había pasado mucho tiempo desde aquel día y ahora el perdedor jugaba a ganador y el ganador jugaba a expiar sus pecados sobre un frío suelo de terrazo pulido. Se aferró a los barrotes y se pavoneó en un gesto presumiendo de su caro traje de seda y su enorme reloj de oro. Observó que él prestaba atención a como jugaba entre los hierros a golpear el metal con su anillo de oro.

- Al final te casaste con ella. - Musitó con la voz quebrada mientras uno de los fluorescentes parpadeaba en el techo y dejaba la estancia en una inquietante penumbra.
- ¿Qué quiere? - Le preguntó con voz firme y mirada resentida.
- Pedir perdón. Llevo demasiado tiempo encerrado en este lugar.

Se levantó azarosamente la camisa y le señaló, en un gesto severo, la cicatriz que adornaba, en forma de siete, su bajo vientre.

- ¿Y qué quería? Recuerde que la cárcel es el lugar dónde deben vivir los asesinos.
- Pero ella es mi hija. - Le escuchó balbucear en un suplicante sollozo.

Metió la mano en el bolsillo y sacó aquella vieja moneda que durante años había permanecido guardada en el cajón de sus peores recuerdos. Volvió a contemplar su rostro decrépito y se relamió en su triunfo por haber regresado de la muerte para cumplir todos sus sueños. Arrojó la moneda al interior de la celda, y mientras escuchaba el tintineo de su caída sobre el frío suelo de terrazo pulido, dio media vuelta para marcharse y, al mismo tiempo, volver a regresar.

- Toma este duro a ver si eres lo suficiente hombre como para tomarte un vaso de ginebra y olvidarte de mi familia.

2 comentarios:

lili dijo...

Joer crispin cada dia me sorprendes mas con tus relatos!!! me ha gus muxo!!!!
Ciaoooo

Sagra dijo...

¿De donde sacas estas cosas guapura? Que historias tan bien fragüás y tan bien escritas, la cañita en prosa eres. Sigue así. Un besote!!