
Había pasado mucho tiempo desde aquel día y ahora el perdedor jugaba a ganador y el ganador jugaba a expiar sus pecados sobre un frío suelo de terrazo pulido. Se aferró a los barrotes y se pavoneó en un gesto presumiendo de su caro traje de seda y su enorme reloj de oro. Observó que él prestaba atención a como jugaba entre los hierros a golpear el metal con su anillo de oro.
- Al final te casaste con ella. - Musitó con la voz quebrada mientras uno de los fluorescentes parpadeaba en el techo y dejaba la estancia en una inquietante penumbra.
- ¿Qué quiere? - Le preguntó con voz firme y mirada resentida.
- Pedir perdón. Llevo demasiado tiempo encerrado en este lugar.
Se levantó azarosamente la camisa y le señaló, en un gesto severo, la cicatriz que adornaba, en forma de siete, su bajo vientre.
- ¿Y qué quería? Recuerde que la cárcel es el lugar dónde deben vivir los asesinos.
- Pero ella es mi hija. - Le escuchó balbucear en un suplicante sollozo.
Metió la mano en el bolsillo y sacó aquella vieja moneda que durante años había permanecido guardada en el cajón de sus peores recuerdos. Volvió a contemplar su rostro decrépito y se relamió en su triunfo por haber regresado de la muerte para cumplir todos sus sueños. Arrojó la moneda al interior de la celda, y mientras escuchaba el tintineo de su caída sobre el frío suelo de terrazo pulido, dio media vuelta para marcharse y, al mismo tiempo, volver a regresar.
- Toma este duro a ver si eres lo suficiente hombre como para tomarte un vaso de ginebra y olvidarte de mi familia.
2 comentarios:
Joer crispin cada dia me sorprendes mas con tus relatos!!! me ha gus muxo!!!!
Ciaoooo
¿De donde sacas estas cosas guapura? Que historias tan bien fragüás y tan bien escritas, la cañita en prosa eres. Sigue así. Un besote!!
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