No sé por qué me he
levantado más extraño de lo normal. Podría decir que es resaca, pero la fiesta
de anoche no se alargó más de lo acordado. Aun así, siento una sed inmensa y la
cabeza me da vueltas como una peonza. Por más que trato de recordar no
encuentro el momento exacto en el que me fui a la cama y eso que no bebí más
que un par de cervezas.
Lo último que
recuerdo fue la visita de los dos hombres extraños que pasaron sin llamar y
comenzaron a arrasar con todo. Entre todos los disfraces de la fiesta de
Halloween los suyos eran, sin duda, los más trabajados. Empezaron a echar
espuma por la boca y la gente comenzó a reír. Fue divertido. El horror comenzó
cuando uno de ellos agarró a una chica y le devoró el cuello. Entonces todo el
mundo empezó a correr.
Creo que a mí no me
dio tiempo a escapar. Uno de los tipos me abrazó fuerte y no tardé mucho tiempo
en sentirme dentro de un extraño letargo. Sigo teniendo sed, pero el agua no
sacia mi boca seca. Me sigue dando vueltas la cabeza, pero no hay descanso que
apague mi desazón.
Parece que las
cervezas me dieron poder, que no necesito seguir escribiendo una vida tediosa
sobre un simple papel en blanco y que, a partir de hoy, hablaré en voz alta. O
pensaré, porque tampoco soy capaz de articular una sola palabra inteligible más
allá de estos extraños sonidos guturales.
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