- Maldita sea, traigan más café.
Se esperaba una noche larga y John paseaba en círculos sobre la moqueta del despacho. Tenía la corbata desanudada y el pelo alborotado. Alrededor de la mesa, cuatro de sus mejores hombres esperaban instrucciones. Ellos tampoco iban a dormir en varios días. Las imágenes del atentado refulgían en sus cabezas y se mostraban ante sus ojos en forma de fotografías expuestas en la pared.
- El presidente está a salvo. - Dijo uno de ellos.
Hubo un resoplido de alivio y una mirada
atenazante. Necesitaba algo.
- Creemos que ha sido Bin Laden.
¿Bin Laden? Él mismo había estrechado su mano
quince años atrás cuando dotaron de armas a los musulmanes afganos para su
guerra contra los soviéticos.
- ¿El de la cueva?
La pregunta le hizo recordar un vídeo, cinco
años atrás, en el que Bin Laden, vestido de ermitaño, les declaraba la guerra.
Entonces se habían reído de él.
No se habían preocupado de él.
- Maldita sea.
Marcó un número y habló durante un par de
minutos mientras los demás guardaban silencio. Cuando colgó, asintió levemente
con la cabeza.
- Luz verde.
Y supo que en pocos días tendría que regresar a
ese infierno llamado Afganistán.
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