La rata sonrió en aquel momento. Le llamaban así por
esa cara tan fea. Con la boca ensangrentada, confesé el robo y me miró con
aquellos dientes tan feos por encima del labio. Pensé que mi regreso le
ablandaría y me dejaría volver a su lado. Pero él seguía con aquella horrible sonrisa.
No la borró cuando le pusieron las maletas en la puerta y le dijeron a adiós. Papá
había muerto de asco y mamá había muerto de pena. Así que ni siquiera tembló
cuando ordenó que me ejecutasen. Para qué tener un hermano pudiendo tener una
reputación.
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Hace 1 semana