A quien no entiendo es a él, siempre sentado junto
al charco, leyendo ese inservible libro de magia y mirando al agua mientras yo
salto delante de sus narices para llamar su atención. Pero nada, ahí sigue, con
el libro y esa rama que encontró en el bosque, intentando conjurar algún
hechizo. Si hubiese comprado un libro de cuentos, sabría que no le haría falta
utilizar esa estúpida varita y que con un beso yo dejaría de ser un sapo y él
dejaría de ser un aprendiz de mago.
Arrasados
Hace 5 días
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