
Jose pide un cortado y un croissant a la plancha con mermelada de melocotón. Mientras espera a que la mantequilla se ablande, va escribiendo un mensaje que siempre termina borrando antes de enviar. Tiene el pelo corto y las sienes cargadas de canas, la mirada perdida en un sueño y un rictus de imposibilidad que le impide sonreir con franqueza. Sabe que lo ha perdido todo. Piensa que ya no hay vuelta atrás.
Yo les observo de nuevo, como cada mañana, mientras limpio la barra y reconozco cada gesto, cada mirada, cada silencio. Ella creyó alcanzar algo y se le escurrió entre los dedos. Él tuvo algo ganado y lo perdió por cobardía. Y cada mañana, como si de un cruce de caminos se tratase, vuelven a bifurcar sus recuerdos sentados ante la mesa de un bar.
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