jueves, 23 de mayo de 2019

Por un aparcamiento

Hace tiempo que no me paso por casa de mis padres. Entre tanto trabajo y tan poco tiempo libre dedicado al ocio, al final me he convertido en un despegado. Mi madre me ha dicho que ha hecho croquetas y como sabe que por el estómago se me conquista antes que por el oído, me he convencido de acercarme a casa para pasar la tarde con ellos.

Si no vuelvo más al barrio es por lo mal que se aparca. Un conjunto de calles estrechas, llenas de bloques poblados, sin garajes en los bloques y con cientos, miles, de coches en la calle. Es normal hacer procesión mientras miras a los lados y buscas una luz blanca encendida o, milagro, algún hueco libre aunque sea a diez calles de distancia.

Lo intento, por probar, iluso de mí, en la puerta del portal. Nada ¿Qué otra cosa podría esperarme? Y mira que he visto un sitio allí atrás. Sí, pero estaba muy muy atrás. Casi a un kilómetro. Sí, sí, muy atrás, pero vamos a ver dónde aparcas tú hoy. Intento ser positivo mientras hablo conmigo mismo. Una vuelta a la manzana. Nada. Una vuelta a las dos manzanas siguientes. Nada otra vez.

Nada en el descampado y nada alrededor del parque. Vuelvo atrás. Una manzana, dos, tres, descampado, parrque. Nada. Esto empieza a ser una mierda. Vamos a ver si sigue estando el sitio que había allí atrás, muy atrás. Pero qué iluso eres, colega. Para tí va a estar, ahí va a estar esperando.

Me cago en su puta madre. Tarde o temprano tenía que decirlo. Ya llevo veinticinco minutos dando vueltas como un gilipollas y aquí no se mueve ni Dios. La única luz que veo encendida es la de algún coche que, joder, puta suerte la suya, ha encontrado un sitio poco antes que yo. Cago en mi calavera. Pues nada, todo sea por las croquetas y por no hacerle un feo a mi madre. Se me van a calentar las cervezas que he comprado para ver el fútbol junto a mi padre. Ni cervezas, ni croquetas, ni madre que las parió.

Venga, chaval, date otra vuelta, que sólo llevas once. Ni aquí, ni allá, ni en la puta conchinchina. Voy a tener que llamar a mi madre y decirle que me guarde las croquetas para otro día, que vengan ellos a casa cuando quieran y que voy a meter las cervezas a enfriar en mi nevera para que papá se las pueda beber bien frías. Mira, que me voy, que estoy harto, que llevo casi tres cuartos de hora y esto no hay quien lo aguante.

¿Eso de allí? ¿Es un sitio? ¡Sí, es un sitio! ¡En el descampado! Corre tío, corre. Sí, sí, es para tí. Un sitio, por fin. Dirá mi madre que donde me he metido, aunque se lo imaginará, sabe de sobra lo que se tarde en aparcar en este barrio del demonio. Enseguida subo, ya estoy aquí. Ricas croquetas. Venga, marcha atrás y a aparcar de culo ¿Y ese quién es? ¿Y ese qué hace? ¡Pero qué coño haces!

Ha llegado un coche, un gilipollas, como un loco, y se ha metido en el sitio mientras yo maniobraba. Y trata de marcharse con toda su chulería. Te vas a enterar, chaval. Cogo una lata de cerveza y se la tiro a la cabeza. Y ahora otra. Y otra a la luna del coche. Que jodan, tío listo. Espera que te voy a patear. Pum, pum, pum. Ahora te ríes menos ¿Eh? ¡Qué me dejéis, joder! ¡Qué estoy hasta los huevos de jetas y gilipollas!

Me llevan detenido por daños graves a un viandante. Mi madre llora, sin croquetas, mientras ve como me llevan esposado. Mi padre tiene el gesto adusto, serio. Ya no serán para él las cervezas, ni volverán a ser igual los partidos de fútbol. Mientras camino, observo como un policía aparca mi coche en uno de los huecos libres que han quedado en el descampado. Es la puta ley de Murphy. Les juro que no había ni un puto sitio. Sí, sí. Camina. Mañana, o quizás dentro de un rato, todo el barrio termine sabiendo que casi mato a un tío por un aparcamiento ¿Por un aparcamiento? Sí, sí, como lo oyes; por un aparcamiento.

No hay comentarios: