jueves, 17 de enero de 2019

Huelga de hambre

El primer día no sintió nada más allá del gusanillo, el tercer día ya hubiese devorado un buey, el quinto día necesitaba beber para matar al diablo, el décimo día imaginaba sabores imposibles, al medio mes ya sabía ensalivar con una simple ensoñación y al mes, mientras su cuerpo se impulsaba en espasmos incontrolables, dejó de percibir el aire. Le intubaron, el suero quemó sus venas y los sonidos llegaron como ecos lejanos. Logró su propósito y cerró los ojos cuando escuchó su nombre coreado por mil voces. Desde entonces le llaman "el mártir". Siempre hay una rosa fresca sobre su tumba y, a veces, algún bocadillo a medio morder. Nadie había tenido los cojones de seguirle en la huelga de hambre. Ahora todos disfrutaban de sus mejores condiciones en prisión.

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