martes, 27 de octubre de 2015

Perdida

- Por mí, por todos mis compañeros y por mí el primero.

El ritual del juego era tan sencillo que ya resultaba monótono el repetirlo. Los niños se escondían, el que la ligaba contaba, de cara a la pared, del uno al diez. Cuando se giraba no tenía que ver a nadie y habría de dedicarse a encontrar a sus amigos. Sencillo y divertido.

El problema fue cuando aparecieron todos menos Marta. María, su hermana gemela fue la primera en dar la voz de alarma. Su coleta que, como siempre, estaba pulcramente anudada en el lado derecho de su cabeza, se movía con intensidad cada vez que exclamaba el llanto que precedía a la lágrima.

Nunca la encontraron. Enterraron un ataud sin cuerpo e hicieron un funeral íntimo y emotivo. A los amigos no nos dejaron asistir y los pocos que recordábamos el día seguimos intentando encontrar a María en cada rincón del pueblo.

Su familia se marchó la semana siguiente. Algunos acudimos a despedirnos de Marta pero ella no quiso bajar del coche. Nos dijo adiós con una mueca y permaneció con la mirada fija sobre nosotros hasta que el auto desapareció al final de la calle. No parecía demasiado triste. Quizá, pensamos todos, ya había llorado demasiado. Lo que nadie comentó nunca es porque aquel día llevaba la coleta prendida hacia el lado izquierdo de su cabeza.

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