Rutinariamente, intercambio sus pulseras
identificativas mientras les llamo la atención para que me miren a los ojos.
Unas veces les atormenta la vergüenza y otras veces el miedo. Hoy he notado un
par de miradas de odio y para apaciguar los ánimos he vuelto a sacar el látigo.
Mientras, juego a estar con una imaginando que estoy con otra y ella me suplica
por una dosis de compasión. Me aburre tanta rutina. Debo buscarles nueva
compañía. Hace tiempo que no siento esa emoción al leer en el periódico la
noticia de la desaparición de una jovencita.
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