martes, 4 de enero de 2011

Cinco días

Cuando recibió aquella llamada anónima en el que le advertían que no le quedaban más de cinco días exactos de vida, no quiso darle más importancia que la de una anécdota banal. Según su reloj, el día cinco se cumpliría en el plazo concreto de de dos minutos y, aunque no quería sentirse angustiada, tampoco tenía la cabeza como para no tomarse las cosas a pecho. Era una chica demasiado anónima como para despertar el interés de alguien, demasiado sencilla como para resaltar por encima de las demás, demasiado cotidiana como para pensar que alguien hubiese estado pensando en ella con el fin de gastarle una broma macabra.

Pagó el diario al kioskero y sacó el teléfono móvil de su bolso. Desde que había sonado hacía cinco días a aquella misma hora, no había parado de mirarlo cada mañana por la intriga de averiguar si la voz que había escuchado tras la línea volvería a aparecer a las nueve de la mañana. No lo hizo. Aún así, le resultaba demasiado fácil recordar aquel tono metálico, casi apagado y un tanto estridente, parecía realmente sacado de una película de terror.

Esperó a que el semáforo se pusiera en verde para los peatones y comenzó a cruzar el paso de cebra. Por un segundo se vio rezagada por cuenta de sus recuerdos. Volvió a sacar el móvil del bolso y miró la hora. Habían pasado cuatro minutos de la hora acordada y no le había ocurrido nada. Permaneció pensativa un momento, lo justo para recordar que hacía seis días había atrasado la hora del teléfono en cuatro minutos para obligarse a ser puntual en una cita, lo justo para no ver venir al camión que se había saltado el semáforo y que llegaba desde su derecha a toda velocidad.

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