martes, 6 de abril de 2010

Asalto a farmacia

"Tú que sembraste en todas las islas de la moda las flores de tu gracia, cómo no ibas a verte envuelta en una muerte con asalto a farmacia".

Mientras Sabina entonaba su penúltimo blues callejero él iba contando, uno a uno, los agujeros que se dibujaban en su carne. Era una buena idea aquello del asalto a farmacia, al menos no tendría que disimular durante unos días que era aquella persona que realmente nunca llegó a ser.

Más allá, en el espacio y en el tiempo, el joven ayudante del boticario intentaba recomponer el destrozo que había supuesto el asalto de la noche pasada. La puerta desquebrajada, la alarma encendida, los vecinos escandalizados y la policía tomando parte de un robo muy poco premeditado. Faltaban medicinas, jeringuillas y algo de dinero. Ni una huella, ni una señal, alguna sospecha.

El joven ayudante del boticario giró la esquina de la calle que llevaba hasta su casa y descubrió al hombre que llevaba días esperándole junto al portal. Le acompañó hasta su cuarto de estar y le abrió dos cajones llenos de drogas farmacéuticas.
- Es todo lo que pude conseguir. - Dijo casi con un susurro.

Se arremangó la camisa y dejó al descubierto miles de agujeros salpicados sobre la carne de su brazo.
- Déjame al menos una dosis.

Estuvo a punto de recibir una respuesta cuando escucharon las sirenas de la policía.
- Lo siento. - Fue lo último que escuchó.

Cuando la policía llegó a casa lo encontró con los ojos en blanco, los cajones llenos y una jeringuilla insertada en su antebrazo.

"Tú que sembraste en todas las islas de la moda las flores de tu gracia, cómo no ibas a verte envuelta en una muerte con asalto a farmacia".

Eran los años ochenta y Sabina seguía en lo más alto de las listas entonando su penúltimo blues callejero.

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