
Hace ya veinte años que vivimos en el pueblo y aún hay cosas a las que no me acostumbro. Recuerdo que en nuestra antigua casa podía tocar los pájaros y podía caminar sobre el río. Y no entiendo porque ahora no.
Allí, los coches no tenían ruedas y las personas podían saltar para alcanzar los tejados de sus casas. Cuando lo cuento no me creen y con los años he llegado a creer que he soñado toda mi infancia. La cuestión quedo aclarada el día que mis padres me dijeron que habíamos llegado a casa en una nave espacial. Qué cosas. Han pasado veinte años y aún no sé porque sigo soñando con todo aquello que no existió, ni sé porque hace un momento papá estaba en el jardín y ahora está deshollinando la chimenea subido en el tejado si no hay ninguna escalera apoyada en la fachada.
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