sábado, 9 de mayo de 2009

Tercer dan

Alguna vez supo utilizar los brazos como método de defensa. Hubo una época en los que se jugaba más honor que satisfacción en cada uno de sus combates. Desde que descubrió el Karate, se había formado espiritualmente como un joven equilibrado y competitivo. No tardó en ganar campeonatos porque su aprendizaje era más pasional que causal. Encaraba los desafíos con el aplomo de los invencibles y la mirada asesina de quien visualiza la victoria, era un campeón entre los campeones y un ejemplo para las generaciones venideras.

Pero llegó el día de su primera derrota y quienes le habían ascendido hasta los cielos le mandaron al infierno de la mediocridad. No quisieron perdonarle que cayese con su estilo y con todo el equipo se quedó solo y sin maestro. En su intento por buscar un perdón en su camino, se encontró con el silencio y una paliza esclarecedora. Desde entonces jamás volvió a ser el mismo.

El alumno disciplinado se convirtió en maestro del crimen público. Regresó con fuerza y apretó los dientes con la rabia de quien sabe que la vida no regala ni a quien busca el equilibrio. Rompió la baraja y se convirtió en un desguazador de cuerpos. Contaba sus combates por heridos de muerte y sus victorias por gritos degarradores de reivindicación. Así hasta el día que se reencontró con su antiguo maestro y acabó en un suspiro con su nuevo discípulo. Le retó con la mirada y le miró con displicencia mientras se acercaba al centro del tatami. Acarició la muesca que indicaba el tercer dan de su cinturón negro y respiró orgulloso por haber alcanzado la cima sin ayuda.

Tras dos golpes sintió hundirse el taquique nasal sobre el cerebro y, por un instante, celebró el final de sus pesadillas. Jamás volvería a encontrarse con aquel maldito sensei que le enseñó a practicar el Karate. La muerte se imponía por fin entre los dos y mientras caía sobre la lona salpicando el kimono de sangre, observó como su antiguo maestro le miraba con lástima; las rodillas semiflexionadas y los puños empapados de sangre, diciéndole adiós al tiempo que le recordaba que jamás encontraría un alumno como él.

2 comentarios:

Sagra dijo...

y que duro no? muere y todo al final pobrecillo, tampoco es para tanto. ¿Por cierto, el tatami ese es el ring donde combaten no? ¿Y el sensei? ¿Qué es? perdona mi analfabetismo del karate, tú como eras karateka de chico entiendes eh?
Besotes

Angela dijo...

Pero que eras karateka de pequeño?? joerr eso no me lo has contado nunca cuñaoo!!! jejeje.
No debería de utilizarse el karate para llegar a tales extremos, lo que empieza siendo un deporte al que te aficcionas, y te sube como la espuma, en cualquier momento ZAS, abajito y a ver quien sale de ese pozo!!
Bonita historia.