
jueves, 28 de mayo de 2009
Entre constelaciones

lunes, 18 de mayo de 2009
Casa para doce, trabajo para una

jueves, 14 de mayo de 2009
La reina del instituto

sábado, 9 de mayo de 2009
Tercer dan

martes, 5 de mayo de 2009
La máquina del tiempo

Vuelta a empezar, a llenarle la jofaina al goberndor de Judea para que pudiese lavarse las manos con total impunidad y pudiese dejar al pueblo que liberase de la tortura a ese ladronzuelo de Barrabás.
viernes, 1 de mayo de 2009
Vencedores y vencidos
Temblaba de frío, tenía los pies sucios y la cara marcada por el sufrimiento. Observaba a los Guardias Civiles en silencio, con una mezcla de temor y hambre; miedo por resultar demasiado indiscreto con su mirada, hambre porque hacía más de dos días que no encontraba un trozo de pan duro que echarse a la boca. La vida en el monte era demasiado dura para un niño de nueve años que apenas había aprendido a leer su nombre. La crueldad de una guerra que no entendía le había dejado en la calle y mientras esperaban noticias desde el frente, se veía obligado a vivir sin padre y con una madre que se dejaba las manos arrancando chupones para fabricar un pedazo de carbón. Decían que la guerra había terminado y que pronto regresarían todos a casa. Los que, como su padre, se habían mostrado contrarios al levantamiento militar, terminarían muertos en cualquier cuneta de España y de tal manera lo hacían saber los Guardias Civiles mientras se acomodaban en dos piedras para dar cuenta del botín. No hacía más de dos horas que el tío Alfredo había cazado un conejo despistado entre las jaras de la sierra. Con medio litro de agua, un poco de aceite y dos patatas medio comidas por los ratones, habían conseguido cocinar un guiso que, aunque escaso en cantidad, olía al más exquisito de los manjares. Fue cuando estaban a punto de probarlo cuando irrumpió, cruzando el camino, la pareja de la Guardia Civil, con sus solemnes capas y sus imperiosas montaduras. Se levantaron presos del pánico, aduciendo en su memoria las terribles historias que les habían contado y les dejaron acercarse hasta la sartén. En silencio, les vieron devorar el guiso y chupar todos los huesos del conejo sin dignarse siquiera a ofrecer un triste bocado. Les observaron comer entre lágrimas y entre rencor y miedo les vieron marcharse por donde habían venido. Se hizo la noche y hubieron de acomodarse en el suelo en un chozo cubierto de barro. No había nada que comer y mucho por trabajar. España ya era un país de vencedores y vencidos y a ellos les había tocado el lado de abajo de la balanza.