lunes, 4 de abril de 2022

Buscando su libertad

Los pasos son tan rápidos como se lo permite su cabeza y su cabeza no funciona más allá de dos por hora. Choca con el hombro de un tipo al que no ha visto venir, mira al suelo y ve lo mismo que cuando mira al frente, los pies arrastras y los brazos caídos, una nebulosa forma frontera con su realidad y un dolor en el pecho es su único conducto de comunicación entre el deseo y el mundo de las verdades.

La abstinencia es igual de dolorosa que la dejadez. Las ropas están sucias, raídas y la carne está rasgada y huele orines y a sudor rancio. Las dos últimas noches las ha dormido en el descampado después de no encontrar sitio en ningún chamizo. Gana veinte euros pegando un palo e inmediatamente regresa de vuelta a Las Barranquillas a por su dosis diaria de desconexión.

Uno de los coches que se dirigen por el camino hacia el depósito municipal pasa a su lado sin que él sea consciente ni de su presencia ni de su peligro. El sonido del claxon, estruendoso, altera su sistema nervioso y provoca la protesta, poco airada, la verdad, del resto de zombis que, como él, buscan su dosis diaria en la chabola de Los Gallos. No hubiese sido el primer muerto por atropello en aquel infierno de jeringuillas, muertos vivientes y deshechos de toda clase. Al último, después del atropello, le dejaron en una cuneta hasta que la policía vino a recogerle y no recibió respuesta alguna sobre los detalles del coche que se había dado a la fuga. No les importó porque allí no importaba nadie, porque allí sólo importaba vivir un día más hasta que el último les atrape con los ojos en blanco y la sonrisa puesta. Por supuesto, sin dientes y sin aliento.

Tiene la boca seca y una convulsión en el cuello. Ni quiere agua ni quiere descanso, lo único que quiere encontrar es una puerta, dejar un billete de veinte arrugado que lleva en el bolsillo y llevarse su dosis veinte metros más allá, donde otros como él duermen el sueño de los justos y la pesadilla de los injustos. Con la ansiedad perpetrando un plan dentro de su pecho alcanza un lugar en la tierra y, a duras penas, consigue sacar del bolsillo la cuchara, el mechero y la jeringuilla ajada por el uso. Con pulso de cirujano, como si la abstinencia hubiese dejado, de repente, de nublar su vista y hacer temblar sus manos, llena el émbolo y dirige la aguja hacia una vena agujereada junto a su tobillo. Un segundo más tarde yace tendido en el suelo con los ojos abiertos, la boca desencajada y las piernas estiradas. No hay mundo, no hay tiempo, no hay colores. Tan sólo hay paz y eso tan manido que llaman libertad. Vuelve a ser libre. Vuelve a ser el hombre que siempre quiso ser.

No hay comentarios: