jueves, 28 de abril de 2022

A dos milímetros

Una sala oscura, una luz que refulge, un sonido estridente y un silencio sepulcral desde las butacas. Se adivinan dos cabezas y una docena de filas vacías. Se acomoda atrás, nervioso, algo alterado, quizá a punto de salir corriendo. Aún le bulle la mentira y le carcome la culpa. Pero en el fondo sabe que necesita hacerlo. Los instintos, cuando arden, son capaces de quemar cualquier atisbo de compasión. Y no es que no quiera a su mujer, joder, no, no es eso, es que necesita apagar un fuego y entregarse al caudal de sus necesidades primarias.

Está en el lugar acordado. Sin familia, sin mirones, sin remordimientos. Todos acuden allí para entregarse al placer, todos acuden allí redimiendo su pecado. Es una sala de cine vacía, donde un tipo se masturba y otro espera, como él, a que llegue su compañía. Es la última sala X de la ciudad, el último bastión para tipos que han de verse en secreto y abandonar la excitación heterosexual para probar la carne masculina. Por más que en la pantalla dominen las mujeres desnudas, aquel es un lugar para el consumo homosexual. La última fortaleza.

Cuando siente el aliento a su lado, sabe que no tiene escapatoria, sabe que la marcha atrás sólo es un recurso para terminar con la sodomía y volver a casa con la conciencia manchada y el alma satisfecha. Toda una vida escondiéndose, ya fuese en baños, en bocas de metro o en cines clandestinos. Toda la vida huyendo de la sociedad y confirmando la teoría de una frustración mal gestionada. Se puede querer sin amar y se puede amar sin querer. Todo es cuestión de prioridades y la suya, en aquel momento, está a dos milímetros de su piel.

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