lunes, 25 de febrero de 2019

Ambiciosos

"Mismo día, dos decisiones; la función teatral de tu hijo, para la que lleva ensayando seis meses, y reunión urgente para cerrar el negocio de tu vida ¿Qué eliges?".

Los responsables de departamento miraban a sus súbditos con esa manera tan displicente con que los superiores miran a los de clase inferior. En las reuniones ejecutivas siempre salía el tema y siempre se vanagloriaban por haber elegido la respuesta correcta. Todos esos que prefieren a su familia antes que al éxito seguirán siendo los mediocres que madrugarán a diario para no obtener más recompensa que una jornada anodina de ocho horas y un salario indigno para sobrevivir. Y todavía debían dar las gracias. Una fábrica de borreguitos.
Y ellos, pastores aventajados que miran desde arriba como aquellos agachan la cabeza y teclean sin parar, visten de corto para jugar a squash y de largo para comer en los mejores restaurantes. Al llegar a casa, sus hijos siempre dormidos y su mujer mandándose mensajes con el monitor de pilates. Buenas noches y mañana será otro día. Porque mañana volverán a llegar a casa con la luna en lo alto y la tarjeta oro, echando humo, en la cartera. Y cuando vuelvan a ver reir a los chicos que, puntualmente, salen cuando termina su jornada, ellos, rictus serio y reunión pendiente, seguirán preguntándose de qué coño se ríen.

Y en la reunión, el jefe de jefes, mano derecha y cabeza pensante, les atiende en bañador desde un hotel al otro lado del mundo. Deprisa que he quedado. Cuentas, números, resultados, balances. Y a seguir el ritmo. Negocios, cenas, reuniones, servidumbre. Que nadie se vaya a casa. Adiós, hasta la próxima.

Y cuando, entre ellos, café en una mano y vaso de whisky en la otra, se preguntan qué fue lo que respondió en el test de presentación laboral, uno le dice al otro que le dijeron que había arrugado la hoja y tirado a la papelera. Y es que el mundo no hace distinciones entre tontos y listos sino entre osados y tipos que se creen ambiciosos.

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