jueves, 3 de mayo de 2018

Poder

Protegido por la almena, observaba inquieto el avance del enemigo. Un millar de hombres a caballo que estaban dispuestos a negociar una nueva rendición. Allá, en el sobrio salón militar, el señor seguía empeñado en vender cara la derrota, pero algún que otro consejero le hacía saber las bondades de una exitosa negociación. Tendría paz, un pedazo de tierra y un buen lugar donde vivir. Pero el poder, ese maldito regenerador de espíritus, se escaparía de sus manos como un chorro de agua tibia. Escuchó la orden y apuntó. Hacía tiempo que le habían asignado el cargo de jefe de arqueros. Era hábil y certero. El ojo era el lugar ideal. El yelmo caído y la malla firme, solamente quedaba una parte del rostro al descubierto. La flecha silbó en el oído y sonó certera en el blanco. El jinete cayó al suelo y todos, el señor incluido, supieron que el poder sólo se paga con la muerte.

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