martes, 31 de mayo de 2016

A dos palmos del suelo

La vida no es fácil para alguien tan bajito como yo. Mis amigos me dicen que vivo a dos palmos del suelo. Son unos cachondos. Me dicen que puedo hablar con las hormigas y que, cuando llueve, soy el último en enterarme. Lo cierto es que nunca me elegían para sus equipos de fútbol y mucho menos para los de baloncesto. Me lanzaban a la pista del baile para atraer la sonrisa de las chicas y cuando cada uno se quedaba con la suya yo permanecía allí, con cara de tonto y haciendo un show para cumplir con el expediente.

Un día fuimos al pantano y cuando vieron que el nivel del agua había bajado me señalaron diciendo que se le había salido el tapón. Otro día me regalaron una muñeca hinchable vestida de blancanieves diciéndome que echaba de menos a sus enanitos. Aunque peor fue el día que estuvieron gritando durante toda una tarde por la ciudad aquello de "¡Garbancito! ¿Dónde estás?", mientras yo permanecía a su lado muerto de vergüenza. Y también de ira.

Dicen que las venganzas se sirven frías. Un día, durante una fiesta, me escondí en el hueco del armario de la habitación de Nicolás. Nadie me echó de menos. Igual que nunca me echaban de más. Esperé a la noche y salí con sigilo. Abrí los armarios bajos de la cocina y esparcí la basura por el suelo. En el baño, abrí el grifo de la bañera y corrí a esconderme tras el sillón. Se levantó asustado. Cerró el grifo y corrió a la cocina, quien sabe si en busca de un cuchillo. Resbaló con la cáscara de un plátano y se abrió la cabeza. Todos acudieron a su funeral. Todos menos yo. No me echaron de menos. Ni yo les eché de más. Cuando volvieron a verme dejaron de hacer bromas. Ya no estaba Nicolás para azuzarles contra mi. Ni tapón, ni enanito, ni garbancito. Ya no hablo con las hormigas y me sigo mojando en las tormentas, aunque siga siendo el último en enterarme. Sigo sin jugar al fútbol y al baloncesto y he dejado de bailar. Y ahora, por fin, soy una persona.

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