martes, 26 de abril de 2016

El coche

Podía estar paseando en un buen coche. Un Ferrari último modelo o quizá un Porsche de los ochenta. Un Aston Martin como los de James Bond o el destartalado DeLorean de Regreso al Futuro. Podría haberse comprado un escarabajo como aquel Herbie que conoció de niño mientras miraba embobado el viejo televisor en blanco y negro. A pesar de todos los sueños, no había podido pasar de aquel Renault doce heredado de su tío al que le fallaba el embrague en cada cambio de marcha.

Podía estar divisando el horizonte en una carretera junto a la costa azul, un atardecer de ensueño, una rubia en el asiento de al lado, una botella de champán esperando en la habitación de un hotel de Montecarlo. Podía estar viajando hacia los Alpes, para ultimar sus clases de esquí y descender en tromba sobre las pistas de algodón. O podía estar de viaje de negocios siendo un tipo interesante a quienes todos querrían escuchar. Pero no era más que un solitario empleado a tiempo parcial en una tienda de mascotas.

Podía estar a bordo del BMW que ahora mismo puede ver a través de su espejo retrovisor. Es un buen coche. Comparado con el suyo, un gran coche. El conductor no debe estar soñando lo mismo que él, debe ser un ejecutivo con prisa que se pega a la parte trasera y le da ráfagas de luz larga con violencia. Toca el pito, pero él sigue a lo suyo. El Ferrari, Mónaco, los negocios. Se evade lo justo para no darse cuenta de que el conductor del BMW ha iniciado una maniobra suicida. Le intenta adelantar a pesar de que un camión viene de frente, en el carril contrario.

Por un momento le hubiese gustado ser él. Conducir ese coche, vestir ese traje y llevar el pelo fijado con gomina. Pero ya no. Mientras mira de nuevo el retrovisor y observa como el caminó arrastra al BMW durante cientos de metros hasta que se pierden de vista, piensa que mejor se queda con su Renault doce y su vida de mierda como empleado a tiempo parcial en en una tienda de mascotas.

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