martes, 19 de abril de 2011

Corre

Las balas silbaban entre los árboles y se filtraban en el aire como el canto de los pajaros. Pero allí no había aves a las que disparar para saciar el hambre, ni un rayo de luz que diese paso a un vestigio de esperanza. La maldita guerra, ideada por unos para imponer la paz y por otros para defender su lucha, había separado al país en dos y primos, hermanos y amigos se disparaban a quemarropa sin conocimiento ni causa justa.

Pedro era un tipo formal, de camisa limpia y bien abotonada y de misa puntual cada domingo por la mañana. La primera vez que le dieron un fusil supo que aquella iba a ser la peor esquirla dentro de su memoria. Recorrió el bosque en busca de fugitivos y peinó cada tronco como si allí pudiese esconderse el mismísimo diablo. Un ruido de hojas secas le hizo aguzar el oído y disparó, sin apuntar, hacia un bulto que se movía por su derecha. Por un momento dudó de su propia conciencia. El disparo errado le hizo sentir alivio y enfado a la vez. Frente a él se encontraba Ambrosio, su amigo de toda la vida, con el que había aprendido a pescar carpas en el río, con el que había hablado por vez primera de los ojos de la que sería su novia, con el que había probado la alegría del vino en las primeras fiestas del pueblo tras cumplir la mayoría de edad.

Se encontraron frente a frente y se miraron a los ojos. Ambos llevaban armas y ambos lloraban como niños.
- ¡Corre! - Le ordenó. - ¡Corre todo lo que puedas!

Le vio asentir y, segundos después, perderse entre la maleza. Una voz en firme, tras él, le mantuvo alerta.
- ¡Qué coño pasa ahí!

Era el capitán.

Pedro cargó su fusil, apuntó a su pierna y se disparó a bocajarro. Hundido de dolor en el suelo comenzó a lanzar improperios mientras esperaba la llegada de su oficial.
- ¡Me ha dado, mi capitán! - Gritó casi desesperado. - ¡Ese hijoputa de me ha dado!

Y se quedó allí tendido, esperando a que alguien cortase la sangría y deseando que Ambrosio hubiese corrido tanto como para cruzar las lindes de su zona franca, pues no tardarían en ir detrás de él y entonces no encontraría un amigo que le ayudase a escapar.

1 comentario:

maduixeta dijo...

Las guerras hacen extrañas las relaciones.
Un triste, pero bonito, relato.
bss