martes, 14 de diciembre de 2010

Pecados capitales

A estas alturas de la vida debería empezar a temer al infierno. Si es cierto todo aquello que me contaron de pequeño, he pecado más de lo común y he infringido, la mayoría de las veces a propósito, los códigos deontológicos que trataron de imponerme como caminos inexcrutables hacia la eternidad.

He disfrutado banquetes de vanidad y me he sentido henchido de los mejores manjares del mundo. A menudo he regresado a la cama con el estómago pleno y la mente satisfecha. He dormido a pierna suelta mientras los intestinos digerían mi gula camino de un recto que siempre ha encontrado una vía de escape.

He dormido como un lirón cada vez que el cuerpo me ha solicitado unas horas de tregua y, generalmente, han sido demasiado los días en los que me he negado a abrir los ojos al mundo pese a ver destellar sobre mi ventana los rayos de un imponente sol. He soñado con verdades y me he despertado con mentiras para volver a retozarme entre las sábanas mientras me concienciaba a mí mismo del inútil asueto de mi pereza.

He pecado mil veces de orgullo y en mi poder de decisión he condenado a más de una persona al ostracismo más innecesario. Algunas veces, mientras saboreaba alguna fruta prohibida, he dictado sentencias de costumbrismo y por mi propio capricho he terminado dando portazos a los problemas más serios. La soberbia me ha cegado y, sin embargo, yo he seguido hacia adelante sin pedir perdón mientras he sido consciente de que la razón me iba acompañando sin ambagues.

He guardado mis tesoros en mil cajas fuertes temeroso de perder mi fortuna en manos insensatas. He gastado sin malgastar, he heredado sin repartir y he multiplicado mi fortuna sin hacer guiños a la incompetencia. Me he lucrado a manos llenas de la ignorancia de los demás y mientras rumiaba mi propia avaricia me he sentido libre de remordimientos siempre que conseguía un pedazo más de beneficio gracias a mi esfuerzo.

He deseado más que nadie asaltar las fronteras de la competencia. He investigado éxitos, he despedido a directivos y he espiado laboratorios de manera clandestina. Siempre he deseado llegar más allá que el resto de los humanos y si llaman envidia a aquello de odiar el éxito ajeno, debo ser un tipo demasiado envidioso si creo que el vecino ha llegado a la cima antes que yo sin apenas merecerlo.

He organizado orgías sin control, me he retozado en oro mientras saboreaba exquisitos senos siliconados, he experimentado el placer por medio del lujo y he comprado sexo con infames cantidades de dinero. En cada bacanal privada, en cada gramo de mi lujuria he comprendido que la vida es aquel camino cuyos tramos estrechos se recorren más fácilmente con una satisfacción en el alma.

He escupido a los demonios de la noche mientras despertaba al mundo con mis arranques de locura, he gritado al cielo oscuro, he destruido regalos de diseño y he escapado más de una vez de la realidad con enfados monumentales. He sido preso de la ira en más de una ocasión y generalmente he regresado a mi cama sin acudir a la disculpa como método hacia la redención.

He pecado de mil maneras y, sin embargo, no tengo miedo al infierno porque nunca he sido injusto. He devorado manjares pero siempre compartí mis banquetes, he dormido hasta el hastío pero nunca desperté a nadie sin motivo, he sido altamente orgulloso pero nunca herí el orgullo de nadie por placer, he sido avaricioso pero nunca robé un céntimo a quien lo necesitaba, he deseado fortunas ajenas pero nunca me aproveché de mis trampas para conseguirlas, he gozado de los placeres ajenos pero siempre procuré ser recíproco en cuanto al disfrute de los míos, he gritado sin razón más nunca me arrebolé cuando otros me reprocharon desaciertos si era verdad de lo que me acusaban.

Así pues ¿Pesan más los actos o las consecuencias? Creo que nadie ha llorado por mi culpa habiendo placer de por medio, nadie ha sufrido mis desvelos si eran míos los problemas, nadie ha muerto de frío por ser yo quien ha robado su manta. He sido pecador, sí, pero moriré sin miedo a nada porque sigo teniendo la conciencia tranquila.

No hay comentarios: