
jueves, 25 de noviembre de 2010
Regreso a casa

martes, 23 de noviembre de 2010
Rueda de reconocimiento
La llevaron a una pequeña sala de paredes desnudas y frío estremecedor. Hacía cinco días que había puesto la denuncia por violación y la policía ya había cazado a unos cuantos sospechosos para ponérselos en bandeja de plata. El inspector Moreno le habló con cariño y cuidado.
- Puede usted estar tranquila. No podrán verla.
Cuando descorrieron la cortina pudo vislumbrar, cegada por el fulgor de los focos que alumbraban la sala tras la cristalera, a cinco hombres con el rostro tapado y el cuerpo totalmente desnudo.
Era, sin duda, la situación más rocambolesca en la que se había metido en toda su vida. Después de aquella salvaje intercepción en pleno portal, no le quedaba más recuerdo de aquel hombre que no fuese el de un lunar en la parte superior de su pene. No pudo ver más, ni ojos, ni boca, ni nariz, solamente un pene enorme coronado con un lunar que la condujo a lugar que nunca pudo haber imaginado.
- Tómese su tiempo. - le dijo el inspector.
Los sospechosos bajaron sus calzoncillos al escuchar la orden y pudo divisar cinco lunares perfectamente colocados en la parte superior de cada uno de los penes. Pero ella recordaba exactamente como era aquel lunar. Era exactamente igual al que tenía el sospechoso que estaba situado más a la izquierda.
- Ese es. - Dijo con la voz firme, mientras señalaba a un sospechoso equivocado.
- ¿Está usted segura?
- Sí.- Contestó esta vez mirando al suelo para que el inspector no descubriese en su mirada aquel hilo de mentira.
Observó como un agente vestido de uniforme se llevaba del brazo al sospechoso señalado mientras, por el otro lado, el auténtico violador se marchaba con paso firme por la otra esquina del escenario. Si le dejaban libre y ella volvía a frecuentar la calle en la que todo había ocurrido, quizá, con un poco de suerte, volvería a ver aquel lunar mucho más cerca esta vez.
martes, 16 de noviembre de 2010
Ojos de miedo

No podía esconder la mirada y es por eso que quiso divisar un gesto de confianza por parte del tipo que se mostraba sin temor detrás del cristal acorazado. Intentó poner voz de tipo duro y le ordenó salir mientras tomaba por la fuerza a una joven que andaba agachada por allí.
No pensaba hacerle nada, pero tampoco quería que la situación se pusiera mucho más complicada. Cuando al fin vio salir al cajero y asió con fuerza la bolsa del dinero, disparó al aire para descargar toda la tensión y se marchó por la puerta intentando disimular una discrección imposible.
Salió a la calle y se arrancó la máscara al tiempo que corría en direción a su coche. Mientras huía, y escuchaba la sirenas de la policía sonar a lo lejos, pensaba en lo dulce que resultaba el sabor de la venganza. Tal y como le habían dicho.
Hacía unos meses era un empleado ejemplar, un director de sucursal sin sobresaltos, un padre de familia íntegro y un ciudadano a imitar. Ahora era un tipo en paro, despedido por un trepa sin escrúpulos y buscando en la misera un lugar para sus hijos.
No había hecho si no llevarse lo que era suyo y, de paso, dejar constancia de que aquel lugar era menos seguro ahora que no estaba él.
jueves, 11 de noviembre de 2010
El viejo escritorio del abuelo

Hacía dos meses que papá había dejado en él su particular nota de suicidio. Fue cuando supo que yo no era hijo suyo. Mi madre, avergonzada por los pecados de su juventud me había confesado quien era mi verdadero padre.
El escritorio ya no estaba en casa y yo quería creer en maleficios. Me acerqué a la tienda del anticuario y, además de un camión de mudanzas, encontré una nota escrita a bolígrafo pegada en la puerta: “Cerrado por defunción”.
Los operarios traían los muebles de la casa del anticuario para ampliar la exposición. Una mujer de luto les indicaba y los chicos dejaron sobre la acera el viejo escritorio del abuelo. Entonces sonó el teléfono móvil. Era mi madre.
- Tu padre ha muerto. Dicen que se ha suicidado.
- Lo sé. – Contesté mientras observaba el escritorio con satisfacción y me preguntaba cuándo tendría yo aquella cara de pocos amigos que únicamente gastan aquellos que tienen una esquirla en el recuerdo.
Entonces regresaría allí para recuperar lo que era mío.