miércoles, 3 de marzo de 2010

Cómo Pulgarcito

Cada noche, su padre le contaba el cuento de Pulgarcito justo antes de dormirse. El viaje de ida sin vuelta, las miguitas de pan y las botas de siete leguas. Por ello, la noche que su padre no apareció con el libro en la mano y la sonrisa en el rostro, se preocupó mucho más de lo que hubiese debido. Su madre le dijo que se había marchado a por tabaco y aún no había vuelto. Así pues, se interesó por el lugar donde su padre compraba el tabaco de cada semana y salió a la calle con una barra de pan y las viejas botas del abuelo. A cada paso que daba, un sinfín de miradas se clavaban sobre su sombra, a cada miga que arrojaba, un manojo de incomprensiones vestían los gestos de la gente con la que se cruzaba. Al final encontró el estanco y se topó con la reja que le impedía el paso. Era demasiado tarde para llamar a la puerta y enfrentarse al ogro.

Se quedó llorando en la puerta hasta que una mano amiga le ofreció cobijo. El estanquero le refugió del frío y le puso un huevo frito en el que poder mojar el pedazo que le quedaba de pan. Por la mañana regresó a casa y en las lágrimas de su madre encontró más motivos de verdad que de cuento. Seguramente el héroe había vendido tabaco al ogro y Pulgarcito jamás volvería a abrir la puerta de su habitación.

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