El
segundo volumen de su preciada colección de Dumas aparecía en la aplicación de
productos de segunda mano a un módico precio. La habían llamado ya seis tipos,
pero se decantó por el de la voz más profunda. Cuando le abrió la puerta de
casa se encontró a señor calvo, bajito y sin bigote. Le invitó a pasar y le
ofreció una copa ya servida. Cuando despertase en el sótano, sabría que no
podría escapar de aquel If mientras ella tendría que seguir buscando a su Conde
de Montecristo.
Nunca resultó sencillo ser un bicho raro. De pequeño
era el de los mareos y en un pueblo pequeño donde la maldad se mide en
palabras, las conversaciones veladas giraban en torno a al chico de la Amalia
que había heredado el mal del abuelo. El abuelo, que también se mareaba, murió
una noche de frío después de tomar tres vinos y pasar la noche a la intemperie.
Por ello, cuando empezaron los primeros síntomas, sus padres le llevaron a un
rezandero. Cuando le pudo ver un médico ya tenía la glucosa por las nubes y la
gangrena cercenando sus pies. Después de ser el de los mareos, pasó a ser el de
la silla de ruedas. Pero no estaba dispuesto a que la diabetes y las lenguas
viperinas le venciesen. Cuando consiguió la marca para correr la final de los
Juegos Paralímpicos, todo el pueblo se congregó para ver correr al chico de la Amalia.
Con la verbena preparada y los ecos de la última conversación telefónica aún en
sus oídos, recibió la visita de su entrenador con la cara compungida. “No nos
queda insulina”. Y él no sólo se acordó de las luces que engalanaban el pueblo
y de la expectativa creada, sino que se acordó de aquellos que se burlaron de
sus mareos y le señalaron mientras subía las cuestas del pueblo a golpe de
brazo en una vieja silla de ruedas. Y se acordó de su abuelo. Si él murió en
una calle solitaria y todo un pueblo seguía recordándole, que mejor manera de
entrar en la historia de un país que jugarse la vida en la mayor competición
del mundo. “No nos queda otra”, contestó. Y se preparó para salir a la pista y
regalarle a sus vecinos la mayor fiesta jamás contada.