Ordenó sin pestañear que le devolviesen su juguete.
Tocó el botón y volvió al mismo lugar, cinco minutos antes. Esta vez no sólo
sabría cómo matar al dragón, sino que conocería, también, los gustos de la
princesa. Al comprobar que no gastaba enaguas y prefería el calabacín a la
zanahoria prefirió volver a pulsar el botón de su juguete. Regresó a su cuarto
y siguió leyendo. El dragón arrasaba el reino y la princesa seguía esperando al
tipo que la sacase de aquella torre.
Mientras observaba cómo llevaban al cadalso al
último candidato a alcalde, el pueblo jaleaba entusiasmado una nueva elección.
El verdugo, sin embargo, solicitó un cambio de sufragio.
La fastidiosa mosquita con su lengua veloz se posó
en el borde del vaso, papá soltó la mano y los pedazos de cristal le rajaron la
piel, la sangre goteaba por la mesa y mamá sacó el trapo para limpiar el
desaguisado y mientras tanto, la mosca se posó sobre una raja de sandía. Papá
miró su otra mano, y en lugar de soltar el pan, se llevó el mendrugo a la boca.