
- Quien incumple las normas se ve obligado a cumplir su castigo. - Había sentenciado su carcelero.
Y él las ha incumplido todas. Malas compañías, malas acciones y un mar de lágrimas detrás de cada reproche. Podría haber tomado el camino correcto, buscar un trabajo donde le obligasen a llevar corbata y ganar mucho dinero. No en vano, había sido un estudiante brillante. Matrícula de honor y menciones varias. Pero había sido mucho más excitante el salirse de la norma, el buscar un gramo detrás de cada esquina, el frecuentar callejones de perdición.
Apenas le había llegado a tomar el pulso a la facultad. Le habían educado diciéndole que tenía que ser un gran ingeniero, pero a él aquello le aburría demasiado. Tenía diecinueve años y más deudas que réditos. Sintió una punzada de necesidad y golpeó la puerta con rabia.
Escuchó los pasos primero y la voz firme después.
- Has incumplido las normas. Vas a cumplir tu castigo.
Intentó el recurso de la súplica. Hace años, cuando incumplía normas y terminaba recluído, generalmente le funcionaba.
- ¡Mamá, por favor! ¡Déjame salir!
Gritó desesperado antes de comprobar como el silencio se convertía en su única respuesta y como con él se iban difuminando, de golpe, los últimos vestigios de su más añorada infancia.