El borde de la cornisa era frío y en el viento zureaban las palomas mientras un templado sol de otoño
jugaba a cegarle los ojos. Tomó las gafas de sol y compuso una mirada de tipo duro. Frunció el labio, aguzó la mirada, frotó las manos. Extendió los brazos hasta dibujar una silueta alada y se atrevió a elaborar un último intento. Un grito poderoso alertó a su padre. Cuando abrió la puerta de la habitación le encontró en el suelo, la cama deshecha y unas estúpidas gafas de sol sobre la nariz.
- ¿Otra vez jugando a lo mismo? Algún día te vas a hacer daño de verdad.
Algún día, pensó, la cama sería cornisa, la lámpara sería sol y él cumpliría su sueño.
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