La rata sonrió en aquel momento. Le llamaban así por
esa cara tan fea. Con la boca ensangrentada, confesé el robo y me miró con
aquellos dientes tan feos por encima del labio. Pensé que mi regreso le
ablandaría y me dejaría volver a su lado. Pero él seguía con aquella horrible sonrisa.
No la borró cuando le pusieron las maletas en la puerta y le dijeron a adiós. Papá
había muerto de asco y mamá había muerto de pena. Así que ni siquiera tembló
cuando ordenó que me ejecutasen. Para qué tener un hermano pudiendo tener una
reputación.
Protocolo Gerard López (por Miguel Gutiérrez)
Hace 3 horas