- ¿Le has dado la medicina al abuelo?
- Voy, mamá.
Y Marta, obediente como la niña bien que era, tomaba el tapón del jarabe y lo rellenaba hasta la mitad. Cuando creía que nadie la escuchaba, sacaba la botella de lejía y administraba unas gotas. Y así cada día, poco a poco, muy despacio, iba viendo como se apagaba aquel viejo que, años atrás, se había atrevido a descubrirle la sexualidad.
Sólo tenía cuatro años.
- Bebe, hijo de puta. - Susurraba en voz muy baja mientras el abuelo sorbía el tapón del jarabe con los ojos muy abiertos y la boca casi cerrada.
Su madre, entretenida en la nueva telenovela, volvía a preguntar.
- ¿Le has dado la medicina al abuelo?
- Sí, mamá.
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