Ordenaron colocarle una venda en los ojos y, desde que Cupido dispara al
azar, en el Olimpo se desbocó el negocio de las apuestas. Intuyo que en todos
esto años ningún Dios ha apostado por mí, pero yo no pienso rendirme.
¡Rubia! ¡Desde que te vi parezco un trébede!
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