Con nuestro mecánico de
confianza acudimos a ver a mamá al hospital. Allí esperaban el panadero, el
cartero y un señor vestido de sacerdote. Desde que sabía que mi padre era un
soltero del pueblo no cesé en mi empeño hasta reunirlos a todos. Mamá
entreabrió los ojos con el sonido de la persiana, yo supliqué con la mirada y
el cura sacó una biblia del bolsillo. “Adelante, padre”, insté al cura al
comprobar que no obtendría respuesta. “Gracias, hijo”, respondió amablemente.
Mamá lloró una vez más y sobre aquel alzacuello se dibujó una sonrisa
nostálgica que parecía pedir perdón.
Resurrección
Hace 1 semana
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