Y al otro lado de la
ventana, nada de nada; ni enemigos, ni amigos, ni palabras, ni sombras. El
desierto, las huellas de un camello y, sobre el alféizar, dos cargadores
llenos. La luna era llena, pero los sueños eran vacíos. Imposible seguir
soñando, imposible cerrar los ojos sin rememorar de nuevo el instante, el
terror en la mirada, la súplica en la voz. La orden de partida llegó con el
alba. Dejó la litera y quiso no regresar jamás. Los cadáveres se amontonaban en
el patio y los silencios desfilaban bajo cabezas agachadas. Lo habían llamado
misión de paz.
Resurrección
Hace 1 semana
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