- Sin riesgo no hay gloria.
- Demasiado manida ¿Tienes otra para el miedo?
- Sin miedo no hay valor.
Sonrió a medio gas. No existían demasiados motivos para seguir discutiendo. Se miró al espejo y el espejo le devolvió un conato de pavor.
- Sin valor no habrá riesgo.
Ni gloria.
Y continuó allí, muerto de miedo, hablándose en silencio y con la llave en el bolsillo mientras el mundo, que moría por fuera, seguía esperando a que abriese la puerta.
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