Cuando se enteró de que Gonzalo y el estudiante de informática habían sido detenidos, se apresuró a preparar la maleta y a guardar el pasaporte falso en el bolsillo trasero del pantalón. Igual que todos los caminos llevan a Roma, todos los indicios y todas las declaraciones llevarían hacia él. No hacía mucho que había dejado el diseño gráfico por el tráfico de pastillas. Dinero fácil y vida cómoda. Dos motivos más que decentes para dejar de madrugar.
No tardaron en atraparle aunque casi escapa rumbo a un país exótico. Dejaron su sombrero y sus gafas de plástico en el suelo del aeropuerto y le condujeron, esposado, hacia el sótano de una vieja comisaría. Sobre la mesa dos papeles. Uno de ellos lo identificó como el contrato telefónico que había firmado bajo su nombre, escrito a boli por él mismo, un par de semanas antes. El técnico que le había instalado el router era el mismo policía que ahora le miraba con aire de satisfacción. En el otro papel, arrugado, y grafiado con la misma letra, venía escrita la siguiente frase:
- Estupendo. De tute, le vas avergonzar.
Era la misma nota que él mismo había dejado clandestinamente en el bolsillo del estudiante de informática en la cafetería de la facultad. Ni siquiera se habían molestado en fingir un encuentro casual.
- ¿Reconoce a estas personas?
La voz seria, casi de anuncio, y la mirada fija en el gesto de miedo. Se fijó en la gélida mesa de metal. Las fotografías de Gonzalo y el estudiante de informática ocupaban un minúsculo espacio en aquel universo de frialdad.
- Sí. - Contestó casi por inercia. Sin darse cuenta de que estaba cavando su tumba como hombre libre.
Lo siguiente que vio sobre la mesa fue la bolsa de pastillas que, un par de días antes, había ocultado en la parte trasera del viejo televisor del estudiante de informática. Maldita fuese su estampa ¿Por qué era capaz de reconocer cada una de las caras y cada uno de los objetos y aún no había sido capaz de aprenderse el nombre de aquel maldito estudiante?
- "Estupendo. De tute, le vas avergonzar". - Releyó el inspector con voz seca, casi gutural. Tenía un tono frío, casi escalofriante. Tembló de miedo y supo que no tardarían en dar con el alijo. - Estu, pendo de tu tele. Le vas a ver, Gonza R.
Así era.
El inspector prosiguió.
- Estudiante. Dependo de tu tele. Vas a ver a Gonzalo Ramírez.
Silencio.
- Estudiante, dependo de tu televisor porque he metido la mercancía dentro. Cuando la tengas, ve a ver a Gonzalo Ramírez. Y, añado; él te dará lo acordado.
Así era.
Lo había perdido todo.
Lágrimas.
No tardaron en atraparle aunque casi escapa rumbo a un país exótico. Dejaron su sombrero y sus gafas de plástico en el suelo del aeropuerto y le condujeron, esposado, hacia el sótano de una vieja comisaría. Sobre la mesa dos papeles. Uno de ellos lo identificó como el contrato telefónico que había firmado bajo su nombre, escrito a boli por él mismo, un par de semanas antes. El técnico que le había instalado el router era el mismo policía que ahora le miraba con aire de satisfacción. En el otro papel, arrugado, y grafiado con la misma letra, venía escrita la siguiente frase:
- Estupendo. De tute, le vas avergonzar.
Era la misma nota que él mismo había dejado clandestinamente en el bolsillo del estudiante de informática en la cafetería de la facultad. Ni siquiera se habían molestado en fingir un encuentro casual.
- ¿Reconoce a estas personas?
La voz seria, casi de anuncio, y la mirada fija en el gesto de miedo. Se fijó en la gélida mesa de metal. Las fotografías de Gonzalo y el estudiante de informática ocupaban un minúsculo espacio en aquel universo de frialdad.
- Sí. - Contestó casi por inercia. Sin darse cuenta de que estaba cavando su tumba como hombre libre.
Lo siguiente que vio sobre la mesa fue la bolsa de pastillas que, un par de días antes, había ocultado en la parte trasera del viejo televisor del estudiante de informática. Maldita fuese su estampa ¿Por qué era capaz de reconocer cada una de las caras y cada uno de los objetos y aún no había sido capaz de aprenderse el nombre de aquel maldito estudiante?
- "Estupendo. De tute, le vas avergonzar". - Releyó el inspector con voz seca, casi gutural. Tenía un tono frío, casi escalofriante. Tembló de miedo y supo que no tardarían en dar con el alijo. - Estu, pendo de tu tele. Le vas a ver, Gonza R.
Así era.
El inspector prosiguió.
- Estudiante. Dependo de tu tele. Vas a ver a Gonzalo Ramírez.
Silencio.
- Estudiante, dependo de tu televisor porque he metido la mercancía dentro. Cuando la tengas, ve a ver a Gonzalo Ramírez. Y, añado; él te dará lo acordado.
Así era.
Lo había perdido todo.
Lágrimas.
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