Miró hacia atrás. Encontró aquella sonrisa radiante en los pasillos del instituto; los pantalones cortos, la camiseta ceñida y la mirada seductora de quien había conquistado el corazón de una docena de compañeros. En la clase le sobraban los piropos mientras él permanecía callado, soñando con su piel, y con las mejillas atoradas por la vergüenza. La maldita vergüenza que tantas veces le había impedido dar un paso adelante.
Miró hacia atrás. Rememoró aquellas noches de cama vacía mientras pensaba en ella y daba rienda suelta a sus hostilidades sexuales. Sonrió irónicamente ante aquel encuentro casual más de veinte años después y cuando las canas ya habían aparecido en el cabello de ambos. Un bar de copas en cualquier lugar y cualquier momento para volver a verse y saludarse con la fría efusividad que deparan los años de ausencia. El alcohol en la mirada, la misma sonrisa radiante, los pantalones largos y la misma camiseta ceñida. El sueño de un adolescente convertido en edad adulta. La vergënza de nuevo presente, la conversación casi encubierta por la música, las palabras vacías y las verdades que afloran después de los años. "Tú fuiste el único chico de la clase que me gustaba".
Miró hacia atrás. Nunca le dijo nada. No lo dijo antes, no lo dijo ahora. "Me sigues gustando", le susurró al oído. Tanto tiempo esperando, tanto tiempo soñando, tanto tiempo en la nada. O no. Volvió a mirar hacia atrás. Podía haber acercado sus labios, podía haber concertado una cita en una habitación de hotel, podía haberse desquitado de tantas noches de insomnio. Pero al mirar atrás vio más cosas; una mujer, un hijo, una vida. Tanto tiempo mirando hacia atrás cuando solamente tenía que mirar hacia adelante. Le dijo adiós a sus pasado, masculló un "lo siento" y se marchó por la puerta del bar sin despedirse de sus compañeros de trabajo. Cuando su mujer le preguntase por la cena de empresa él contestaría que bien. Más de lo mismo. No era el momento de volver a mirar atrás.
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