La madre acaricia al hijo. El hijo no acaricia a la madre. La madre mira sus ojos. El hijo mira el techo. La madre suspira. El hijo cuenta. Veintidós, veintitrés, veinticuatro... La madre sonríe. El hijo sigue serio. La madre le busca. El hijo no la mira. La madre le besa. "Te quiero, hijo". "Lo sé". Y sigue contando. Cincuenta y ocho, cincuenta y nueve, sesenta... La madre permanece en el umbral, mirando, escuchando la cuenta. Ciento uno, ciento dos, ciento tres... El techo de la habitación está lleno de estrellas de colores. Ella misma las pegó cuando estaba embarazada. Eso fue antes de que le dijeran aquello de los estímulos y el mundo propio. Aquello de los sentimientos y la percepción. Aquello de la inteligencia y el orden. Ciento cuarenta y nueve y ciento cincuenta. "Las mismas que había ayer", le dice. "Las mismas que habrá mañana", se dice mientras se aleja por el pasillo y pasa junto al libro de Bleuler que hay sobre el taquillón.
Yoísmo
Hace 1 semana
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