La malvada hipotenusa capturó a
Pi. La pérfida tangente sesgó el círculo y todos quedamos atrapados en un
logaritmo sin solución. Ni siquiera la regla de tres fue capaz de sacarnos del
agujero. Angustiados, pedimos permiso a Goldbach para multiplicarnos con el
resto de la clase.
Confuso, nos dibujó sobre un papel y trazó dos garabatos.
- ¿Vosotros dos, sois hermanos?
- No, somos números primos.
Le vimos saltar de alegría y añadirnos a mil sumas. Trece me miró con
ojos de infortunio y yo me quedé hecho un siete. Desde entonces no hemos dejado
de trabajar y solamente él aparece en los libros de historia.
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