Los pies descalzos sentían el
frío de la tierra mojada y las legañas apenas dejaban abrir los ojos. Se secó
los mocos con el dorso de la mano y arreó las mulas tras auparse forzosamente a
lo más alto del carro.
El señorito seguía increpando con
ademanes y el niño escupió un hilo de sangre hacia un costado. El cargamento de
plomo debía estar en Linares antes del mediodía, y mientras el sol despuntaba
al alba y cegaba su mirada, se acordó del barranco junto a la vereda del río
Guarrizas.
Asió fuerte las riendas e intentó
poner cara de pistolero. Igual que aquellos héroes en blanco y negro que había
podido ver subido a la tapia del viejo cine del pueblo. El abismo estaba allí;
no había futuro. No lo habría habido de ninguna de las maneras. Cerró los ojos,
un par de lágrimas humedecieron sus legañas y gritó de júbilo.
Iba a hacerle una buena faena a aquel maldito desgraciado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario