Debo rendirle pletesía una vez más y hacerle saber que él es el amo de mis prioridades. Debo postrarme ante él, regalar sus oídos, hacerle ver que le admiro, hacerle partícipe de mi ideario, censurar mis errores y alabar sus aciertos. Debo volver al lugar donde todo comenzó, enseñar mis manos, lamer mis heridas y conseguir que se sienta satisfecho. Debo seguir trabajando, seguir cumpliendo órdenes, seguir escalando.
Debo dejar de llorar por las noches cuando apago la luz e intento conciliar el sueño. Debo dejar de tomar las malditas pastillas para poder dormir. Debo prometerme a mi mismo la próxima vez no seré tan cruel y no llegaré al extremo de hacer tanto daño. Debo dejar de ponerme esta ropa que me identifica como uno de ellos. Debo dejar de perseguir sueños imposibles. Debo dejar este trabajo.
Debo levantarme temprano, debo vestirme despacio porque tengo prisa, debo asearme con tacto para no parecer un desaliñado, debo ganarme su confianza, debo vender humo para parecer bueno en mi trabajo, debo templar los nervios, debo dejar el tabaco en la papelera y el alcohol en la barra del bar, debo tomar un café descafeinado, debo cruzar la ciudad, debo verle a solas. Debo acabar con todo esto de una vez. Debo matarle. Debo cerrar los ojos y sumirme en la oscuridad.
1 comentario:
Tu relato de hoy crea desasosiego.
Engancha de principio a fin.
una lluvia de besos
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