Cuando el alcalde se
acercó al cañón, supimos que deberíamos convocar elecciones. No era moco de
pavo; un despacho, poder y el cariño de las mozas del pueblo. La gente gritaba
alborozada:
-
Yo prometo
bajar los impuestos
-
Conmigo los
bares cerrarán más tarde
-
Yo pagaré una
ronda cada domingo después de misa
No hubo estruendo,
ni sangre, ni elecciones. El enemigo no tenía dinero para munición.
El alcalde se acercó
a ellos, abatidos tras el cañón y repartió palmaditas en la espalda.
Si me elegís alcalde os compro un arsenal. Y
se van a enterar estos.
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