El serenatero gustaba de enseñar
equilibrios a las cabras; cada canción era un número diferente y a Manolín le
gustaba mirar a "Arrugadita". Tenía el mismo porte que su madre, la
vieja "Arrugada" que, hundida en el rincón, aprovechaba los descansos
para lamer el hocico de su cría.
Manolín escuchó a su padre cantar
y las cabras regresaron a su lado.
"Arrugadita" volvió a caerse. Manolín tragó
saliva, cruzó una mirada con "Arrugada" y comprendió su gesto. Tantas
noches a hurtadillas para nada.
"Arrugada" había sido la mejor cabra del espectáculo y Manolín
seguía siendo el más torpe del pueblo.
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